Algunas personas pueden tener unas interacciones sociales completamente normales, e incluso pueden ser clasificados como extrovertidos, a no ser que sean delatados por determinados sintomas que, temen, puedan ser visibles. La fobia social en este caso si puede definirse muy acertadamente como el miedo a mostrar miedo. Es importante que observemos, no cuánto podemos llegar a temblar, sino lo que hacemos para ponernos a temblar, porque los síntomas no vienen solos, como si de una gripe se tratase, así que hay que observar que somos nosotros los que lo provocamos. La paradoja es que los sintomas aparecen cuando queremos evitar contactar con la situación que nos da miedo.

Todo suele empezar con un mandato que nos damos a nosotros mismos:

Tenemos que estar relajados.

En estos momentos para nosotros es muy importante, sino ya imprescindible estar relajados. Y además, surgen diferentes derivados como:

  • “No te pongas rojo”
  • “Di algo ocurrente”,
  • “No tiembles”
  • “No te bloquees”

Continuamente nos damos órdenes en este tipo de situaciones. Es en ese momento, al darnos órdenes, cuando empezamos a ponernos nerviosos, basta con que digamos relájate, para que no lo estemos; y esto es así porque la primera regla de oro que hay que tener en cuenta es que:

El bloqueo viene de la orden que nos damos para no bloquearnos.

Un ejemplo de lo anterior puede verse en un caso que comenta Viktor Emil Frankl en el que un hombre tartamudo intentó librarse del servicio militar apelando a su tartamudez, pero desgraciadamente para él cuando llegó el momento clave de demostrarlo, no lo consiguió. (Recordemos también el ejercicio que consistía en intentar pensar en cualquier cosa menos en un elefante rosa…)

Vamos a tratar de pensar sobre la frustración que ello nos provoca. No es cuestión de eliminar la frustración, sino de aprender a frustrarse de forma sana. Pongamos un ejemplo en el que existe una misma situación pero diferentes connotaciones:

Imaginemos que salimos de la sesión y nos vamos a cenar a un restaurante que nos apetecía probar desde hace tiempo. El caso es que no sabemos de cuanto dinero podemos disponer en ese momento, podemos no tener absolutamente nada o un fajo de dinero. Sin preocuparnos del dinero del que disponemos, al llegar allí observamos que el menú cuesta 15€, metemos la mano en el bolsillo y comprobamos que sólo tenemos 12€.

¿Como nos sentiríamos?.

La palabra clave en ese momento es frustrado. Veamos, nos apetecía mucho llegar hasta el restaurante, y de hecho llevabamos tiempo planeando ese momento, pero nos hemos dado cuenta de que no disponíamos de efectivo en ese momento, y ahora no podemos regresar a casa a por el dinero, por lo que tendremos que aceptar que esa noche no podremos cenar en aquel sitio. La vida no siempre nos dará aquello que queremos. Es posible que la chica que llevamos persiguiendo los últimos meses no se fije en nosotros, puede que no nos den las vacaciones cuando lo hemos planeado, puede que nunca tengas acceso a ese coche con el que llevas soñando tanto tiempo porque nunca tengas el dinero suficiente para pagarlo, puede que no vivas en la casa que habías soñado, ni tu vida se desenvuelva exactamente como habías pensado, pero…frustrarte no te matara, si aceptas las reglas básicas de la vida.

Pero imaginemos que estamos pensando que debemos tener esos 15€ cuestelo que cueste, porque debo ir a cenar a mi restaurante favorito pase lo que pase, pongamos que he decidido que mi felicidad presente y futura dependen de ello, y no quiero ni imaginarme lo horrible que seria perdeme esa oportunidad. Pongamos que pienso que no podría soportar no poder ir a ese restaurante. ¿Como me sentiría ahora?. Aunque parezca ridículo esta situación se da con mucha mas frecuencia de la que imaginamos.

Si tuviésemos esa mentalidad y tuviésemos, digamos, 20 € ¿Se habrían acabado nuestros problemas y respiraríamos aliviados?. Evidentemente que no. Si tenemos que tener 15€ en el bolsillo cueste ló que cueste, y no queremos ni imaginar lo que ocurriría en el caso de no tenerlo… Siempre estaríamos temerosos, ya que si es imprescindible tenerlos, podríamos perderlos o nos los podrían robar en el restaurante.

Da igual lo que tengamos o no, sino que lo que nos provocará la frustración es lo que tememos perder. Así que partiendo de esta base, observamos dos ideas que tendemos a tener en situaciones temidas:

“Yo tengo que”

“No lo podré soportar”

Hemos inculcado una serie de ideas a nuestra forma de vida, que debemos cumplir de forma obligatoria, como por ejemplo “no tengo que ponerme nervioso”; observemos el matiz que implica esta exigencia, ya que una cosa es que me gustaría no ponerme nervioso, y otra muy distinta es que no pueda, porque sino “no lo podré soportar”.

En otro tipo de situaciones podemos aceptar que nos pasen cosas malas, pero cuando se trata de relacionarnos de ciertas maneras pensamos que nos jugamos más. Solemos hacer apuestas personales absolutas, ya que jugamos todo lo que he sido, soy y seré al momento en el que tenemos que hablar en público, de tal forma que si la intervención, pensamos, nos sale mal no podremos soportarlo porque demostraremos cosas horribles e inamovibles de cara a los demás.

Añadido a esto, en estas situaciones tampoco nos permitimos sentir nada, no podemos estar ni un poco nerviosos, porque en cuanto nos lo detectamos, nuestras alarmas se disparan; esto a la par nos provocará más nerviosismo si cabe. Esta aparición de la ansiedad favorece, además, que retengamos menos las cosas, e impedimos a la hora de recuperar los recuerdos que la información circule con la misma fluidez.

Así que en realidad detrás de la fobia social, existe un problema de “súper exigencias”, en el que no nos permitimos sentir ni un mínimo de nervios, en el que nos damos órdenes para intentar eliminarlos creyendo que si les damos rienda suelta y se hacen visibles no vamos a poder superar la situación. Tenemos un modelo tan grande y rígido de cómo tienen que ir las cosas, que creemos que nuestro modelo propio no vale.

De esta forma tendemos a evitar situaciones, para no enfrentarnos a ellas, por miedo, lo que por un lado nos aliviará momentáneamente, pero no debemos olvidar que por otro lado nos hará más daño, pues terminamos frustrados a la larga. Así que lo que nos hace realmente daño no es la consecuencia a nuestra posible actuación, sino la frustración que sentimos huyendo de ella.

Y si estamos pensando al leer esto que todas estas aclaraciones son depende de con quién estemos, porque no resulta lo mismo con unos o con otros… quizás debemos reflexionar que, en realidad, quienes nos damos permiso en última instancia para hablar o no, somos nosotros mismos. En realidad es un problema de cómo me relaciono yo con los otros, no de quiénes sean los otros. Y sino, metámonos en situación: cuando nos vemos en situaciones en las que tenemos que exponer, por ejemplo, en realidad jugamos a hacer de espías, ya que tendemos a focalizar la atención, única y exclusivamente, en si los demás notan nuestro temblor, rubor, etc. en vez de preocuparnos por el material que estamos exponiendo realmente.

Este tipo de situaciones se convierte en un miedo a la acusación, pero… ¿Y si aceptamos la acusación?… ¿¿Y si llegaran a acusarnos de ponernos rojos y contestásemos que efectivamente nos hemos puesto rojos?? ¿Quizás perdería fuelle? Ya no tendría mucho sentido el recalcarlo. Así por ejemplo, quedarnos en blanco es algo habitual que nos pasa a todo el mundo, por que lo que hay que desarrollar no es la manera de no quedarse en blanco, sin embargo sí es importante pensar en cómo gestionarlo, las diferentes salidas que podemos tener a un hecho tan habitual como universal.

Empezar a comprender lo interesante que supondría vivir la vida como un experimento, quitando importancia vital a hechos que realmente tienen diversas soluciones y salidas (por si las necesitásemos en el peor de los casos), es un punto de partida difícil pero interesante; ya que quizá nos demos cuenta, en la práctica, que somos nosotros los que nos ponemos nuestros propios límites y que, en realidad, sí lo podremos soportar, como hacemos con muchas otras situaciones en nuestra vida.

Tratamiento de la fobia social

 

 

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