Esta es una anécdota que cuento en ocasiones en la terapia. Recuerdo, que en cierta ocasión, observaba a un grupo de mujeres de primer curso de natación. Algunas de las mujeres habían adquirido un cierto dominio, y hacían sus primeros pinitos en la parte donde no cubría. Cuando una de las mujeres que habían aprendido a flotar caía en la cuenta de que estaba en una zona en que no hacia pie, de pronto, se ponía a hacer grandes aspavientos, con los que, lógicamente, se hundía. Hay algo que me fascina en el hecho de que para mantenerse en el agua, hay que procurar «no hacer nada». Se han contado casos de náufragos que han permanecido en el mar, a la deriva, en la posición de hacerse el muerto. Si algo que llama profundamente la atención en el tratamiento de la agorafobia, es el carácter profundamente controlador del paciente. La persona se agarra con desesperación a la búsqueda de la seguridad, de la certeza, de la «madre». Es como estar en el centro de la piscina, e intentar aferrarse con al bordillo a toda costa.
Los primeros en describir la intención paradójica, son Frank y Erikson, y se define como aquella acción que logra el efecto contrario a lo deseado. A modo ilustrativo, podría referir el caso de aquellos hombres que están más preocupados por conseguir la erección durante el acto sexual que en el disfrute de la experiencia. ¿Y cual es resultado?, pues que evidentemente la erección no se lleva a cabo, porque para que esta se de, no podemos exigirla, no podemos hacer un imperativo de nuestro deseo. Una pregunta muy recurrente formulada a muchos actores masculinos de la industria pornográfica, es la de cómo pueden conseguir la erección durante tanto tiempo. La respuesta es que no hay intención de mantenerla, no hay esfuerzo. Simplemente, sale.
Sigamos con otro ejemplo ilustrativo. Observemos el elefante durante unos segundos. Cierre los ojos e intente durante dos minutos no pensar en el elefante rosa. ¿Complicado, no? Mi negación produce el efecto contrario a lo que deseo… El propio Frank describe dos casos: En la escuela secundaria se iba a representar una comedia al terminar el año. Uno de los personajes era tartamudo. Como en la clase había uno, le asignaron el papel. Sin embargo, en escena, al tratar deliberadamente de tartamudear, le fue absolutamente imposible. En Boston, un estudiante australiano fue llamado a hacer su servicio militar. No quería hacerlo y, como era muy tartamudo, pensó: «No es problema voy a la sesión de la comisión y les muestro que soy tartamudo». Sin embargo, cuando lo intentó, le fue imposible demostrar su tartamudez. Por primera vez en su vida estaba hablando en forma normal, por el solo hecho de tratar intencionalmente de producir una tartamudez.
¿Podría ayudarnos esto en el ámbito de los trastornos de ansiedad, y mas concretamente en el tratamiento de la agorafobia? Mi experiencia me dice que si
¿Y si resulta que el peligro no se encuentra donde estamos acostumbrados a mirar?. Quizá la búsqueda de la salvación, nos lleve al miedo, y esta es la paradoja mas complicada de solucionar. El paciente se aferra a un salvavidas porque cree que esa es la solución, pero ¿Qué ocurrirá cuando el problema sea el salvavidas? Prestando atención a la génesis del pánico, nos damos cuenta que se alimenta de si mismo, el miedo necesita de miedo para seguir viviendo, y esa es una de las reglas del juego. Uno se cuestiona si en la medida en que pretendemos escapar de las sensaciones que nos aterrorizan, no nos adentramos más en ellas. Si en la medida en que intentamos acercarnos a una sensación de normalidad, no estamos provocando el efecto contrario.
¿Qué solución nos queda entonces?, quizás la vía alternativa de no hacer nada, pueda hacer mucho por nosotros. Pero esto, a primera vista pueda parecer una locura, algo totalmente opuesto al instinto de la supervivencia.
Un ejemplo muy claro de este hecho lo podemos encontrar en uno de los síntomas del ataque de ansiedad: la hiperventilación. Esta es una respiración rápida y profunda, generalmente causada por ansiedad o pánico. Esta hiperrespiración, como se denomina algunas veces, realmente deja a la persona con una sensación de falta de aliento. Podemos consultar algunas secciones en esta Web que nos expliquen con más detenimiento en que consiste. Pues bien, la paradoja consiste en que cuanto más aire intento coger, mas sensación de ahogo me produce. Hacer caso a nuestra hambre de aire nos perjudica. Y esto ocurre porque, por así decirlo, hay dos partes que influyen en mi respiración: mi parte involuntaria, la que funciona cuando estoy dormido, cuando no presto atención, y mi parte controladora regida por mi voluntad. Puedo elegir entre retener el aire, o respirar más aprisa. Así podría aguantar la respiración si no quiero inhalar humo, o si quiero bucear bajo el agua. Sin embargo, mi voluntad esta regida en este caso por mi miedo. Así se establecerá una lucha entre dos contendientes. Mi parte controladora, y mi parte automática. Dos voluntades enfrentadas. La única solución para evitar esta hiperventilación (aparte de una bolsa de papel), es no ceder al hambre de aire. Incluso, si alguien me apurase, dejar de respirar, hasta encontrar esa parte automática que cuida de mí, y fluir con ella. Eso requiere casi un acto de fe, un creer en la regulación automática de mi organismo, y por supuesto, dejarse llevar por ella. Entonces, poco a poco, el hambre de aire comenzara a ceder. Hay un artículo muy interesante que escribió Juan José Millas para el País que ilusta muy bien lo que quiero decir. En clave de humor, el periodista refleja la constante necesidad de control de lo incontrolable. Es como si de alguna manera mi preocupación, de forma mágica, me ayudase. Mi estar preocupado es la herramienta a través de la cual superviso el correcto funcionamiento del mundo, y de mi vida. Los latidos de mi corazón, mis ahogos, mi tartamudez… mi salvavidas. Así, podemos intentar controlar el cambio de los semáforos, la lluvia, la subida y crecida de las mareas, mi locura, mis desmayos, mis ataques al corazón, y mi sensación de irrealidad. A veces da la impresión de que necesitamos de la omnipotencia para no darnos cuenta de nuestra fragilidad, que tanto nos asusta. Y sin embargo, podemos quedarnos con la extrañeza de Millas, y concluir que hay una inteligencia que lo controla todo, excepto mi angustia. Claro que no vamos a ser demasiado místicos, ni a hablar de otros mundos que no sean este. Pero, que las cosas funcionan, vamos, y que a veces, resulta que nuestro cuerpo es bastante mas inteligente que nosotros, dudemos de el o no.
Uno sospecha que esta clase de miedo sigue unas reglas dentro de su caos aparente, y una de ellas es que, para que aparezca, debo desear muy fervientemente que no lo haga, venerarle como un antiguo dios, procurar no molestarle. Igual que los pueblos antiguos veneraban a sus deidades con ofrendas para aplacarlas, el agorafóbico tiene su propio ritual de sacrificio. Hay lugares que el dios pan no quiere que pise, ya que si lo hace, entonces aparecerá en toda su majestuosidad, y terminara con el.
Recuerdo a un paciente que tenia un enorme miedo a morir en un ataque de ansiedad. Mi propuesta fue que nos fuésemos juntos a morir a un banco de un parque que el temía atravesar por su agorafobia. Nos preparamos en un ritual, en el que nos despedimos de todo lo conocido, nos pusimos presentables y calzoncillos limpios y nos fuimos a pasar nuestra ultima hora a un banco. Llamamos a la muerte con toda la intensidad que pudimos, pero la muerte no apareció. El hombre termino muriéndose, de risa, claro. Lo importante de esa experiencia es el descoloque absoluto de las reglas a las que hasta ahora estábamos acostumbrados, y un golpe a nuestra omnipotencia. Porque para la muerte no estaba retándonos a nosotros, no nos perseguía, no sigue las reglas de nuestro miedo.
La intención paradójica no es una propuesta milagrosa, ni algo fácil de asimilar. Uno puede entender este concepto de forma intelectual, y sin embargo puede no tomar sentido real nunca. No podemos reducirlo simplemente a tírate a la piscina, que esta fría pero no mata. Solo en muy raras excepciones, una persona es capaz de quitarse el salvavidas de golpe. En el resto de los casos, hay que ir creando en la persona puntos de apoyo alternativos porque nadie esta dispuesto a cometer un «suicidio» que va en contra de sus leyes de supervivencia, por muy neuróticas que estas sean.
Tratamiento de la fobia social
Trackbacks/Pingbacks