La mas hermosa de las composiciones de Bach fue un encargo del conde Carl Von Keyserlingk, que no podía dormir, para que el clavicordista de su corte Johann Goldberg lo entretuviese durante sus noches de insomnio. El conde recompenso a Bach con una copa que contenía cien luises de oro, el sueldo de todo un año para un compositor de cámara.

Glenn Gould se enamoro de las variaciones Goldberg, y las tocaba de aquella manera tan magistral y poco ortodoxa. Subía al escenario con abrigos y bufandas fuera invierno o verano, luego se sentaba en una silla raída adoptando una postura casi fetal, como encorvado y con el piano a la altura de la barbilla. Posiblemente el piano era el único sitio donde Golberg se encontraba realmente cómodo. No entendía demasiado a las personas ni los cambios de rutina, ni encontraba que decir o que hacer. El mundo se le hacia a Gould sumamente extraño, como si estuviese afinado en otra tonalidad y no encontrase el compás.

Dejo de hacer conciertos y exhibiciones para encerrarse en estudios de grabación, convirtiéndose en un avezado experto, donde se decía que no tenía que competir ni demostrar. Puede que si lo escuchas a un volumen alto lo escuches canturrear por debajo del piano. Una vez le preguntaron porque tocaba de la manera que lo hacia, y el respondió: «lo que ocurre entre mi mano derecha y mi izquierda es un asunto privado que no le corresponde a nadie».

Bach y Goldberg volvieron a encontrarse en el espacio con el clave bien temperado. La sonda Voyager I contiene un disco con información por si alguna vez una civilización alienigena lo descubre, pueda saber de la tierra y sus habitantes. El disco además de la información básica sobre quienes somos, donde estamos y de que estamos compuestos, tiene grabados doce cortes representando a la musica que los seres humanos hemos creado, y uno de esos cortes es Bach, que viaja hacia las estrellas, y Gould, interpretando como solo es sabe hacer, su partitura.