Los silencios incomodos son otro aspecto que tiene que ver mucho con las exigencias que nos creamos. Observar cómo nos manejamos en el es muy interesante, porque a veces contrariamente a lo que podemos llegar a sentir, las relaciones sociales tienen más que ver con aprender a dominar los silencios que aprender a producir. En lo que respecta a la fobia social, parece que si durante una interacción surge un silencio creemos que la conversación pierde interés, viviéndolo como algo incómodo, como algo que nos suscita una necesidad imperiosa de romper, ya sea por el miedo a las etiquetas que puedan llegar a hacer de nosotros los demás o porque deseemos hacer más agradable la interacción con el otro, etc. Dicho esto, podemos observar cómo no existe ningún tipo de placer en el hecho de conversar con los otros, ni intenciones de búsqueda comunicativa, sino que normalmente terminamos sintiendo que hablar con los demás es una especie de competición, como una prueba a superar.
Investigar la forma que cada uno tiene de relacionarse con los silencios que se sucedan en las conversaciones, nos enseña a relacionarnos con nosotros mismos; este ultimo aspecto es importante que lo sopesemos puesto que inicialmente solemos pensar que esto que nos pasa es un problema con los demás, pero realmente veremos que lo importante es la relación que mantiene uno consigo mismo lo que dificulta nuestro clima social. De tal forma que es interesante observar el silencio como algo más relevante que lo que podamos llegar a decir y más importante que el hecho de sopesar cómo nos colocamos frente a lo que queremos decir. La interacción con los demás no consistirá en producir una verborrea, sino precisamente en reducir el nivel de exigencia (algo que se cumple, y podemos observar, en las relaciones que mantenemos con nuestros más allegados en los que en numerosas ocasiones no es necesario hablar todo el rato y además lo llevamos a cabo sin ningún tipos de esfuerzo).
Se trata de soltar cosas, no de añadir; de que nos demos más o menos permisos, restando exigencias. Esto será un punto clave puesto que los primeros que no aceptamos nuestra forma de relacionarnos somos nosotros mismos ya que solemos pensar que vamos a ser aburridos, o que los demás notarán nuestra falta de habilidad (valore que al fin y al cabo tienen que ver de nuevo con la producción o la falta de ella). Quizás sea más importante que sopesemos que estamos tan centrados en nosotros mismos pensando en qué hacer, que terminamos desapareciendo de la escena, sin fijarnos en qué es lo que nos apetece saber de los demás; hemos fabricado un mundo para vendernos, no para fijarnos en lo que nos apetece o no en determinadas situaciones sociales. Como ejemplo a lo anterior podemos decir que ante una cita con otra persona, inicialmente centrados en nuestro proceso «marketing» podemos llegar a pensar «¿le gustare?», y a medida que vamos retirando exigencias y dándonos permisos para estar y desarrollarnos terminamos pensando «¿me gustará?», ese es el giro perceptivo al que nos referimos.
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