No había nada muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Alicia muy extraño oír que el conejo se decía a sí mismo: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!» (Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo). Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto. Así comienza Alicia en el País de las Maravillas, la fantástica obra del matemático Lewis Carrol.
Charles Lutwidge Dodgson, como en realidad se llamaba el autor, ideo la famosa historia un 4 de Julio de 1862 durante un paseo por el Támesis, en compañía de tres niñas, las hermanas Lidell y el reverendo Robinson. Tiempo más tarde decidió recopilar todas aquellas historias y plasmarlas en un libro, en que criticaba veladamente la sociedad Victoriana, mientras Alicia vivía mil historias fantásticas.
Si Alicia no hubiese seguido al conejo ninguna de sus aventuras hubieran tenido lugar. Cuando alguien decide seguirlo no puede basarse en ideas racionales y meditadas, sino que son decisiones intuitivas. A veces debemos seguir al conejo blanco, porque no tenemos otra forma de decidir, y otras es la mejor forma de hacerlo.
Seguir al conejo blanco también implica un viaje en el que tenemos que cambiar los esquemas preconcebidos que tenemos con respecto a lo que nos rodea. Uno puede pensar que no está influido por ellos, pero son profundos y es difícil salir de ellos.
¿Qué sabe el pez del agua en la que lleva nadando toda su vida?, se preguntaba Einstein, o la pequeña tortuga que preguntaba por el océano, sin saber que era lo que le había estado rodeando todo este tiempo. Detrás de lo que parece obvio está lo que no podemos ver a simple vista, aunque solamente dándonos cuenta de que no sabemos ver podemos empezar a hacerlo. A veces, para viajar al fin del mundo solo basta con darse la vuelta.
Sigue al conejo blanco, Alicia…
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