En ocasiones, cuando cuando describimos nuestra experiencia  acerca de hablar en público la definimos como un sufrimiento; pero… ¿Qué crees que hace que sea un sufrimiento?

Desde luego el sufrimiento de la espera es mayor, porque durante ella se nos cruzan pensamientos como ¿Qué es lo que va a ocurrir?”, pensamientos que se relacionan con un miedo a lo desconocido, a lo que todavía no hemos vivido. De esta forma, podemos darnos cuenta de que, en realidad, sufrimos más angustia por el miedo posible que por el miedo real. La posibilidad de vivir algo que no vamos a poder soportar es lo que más angustia o frustración nos va a producir, y por ello, en muchas ocasiones, intentamos evitar la situación que nos da miedo, provocando en nosotros un alivio temporal, pero que a la larga se torna en un malestar real. Con la estrategia de evitación del problema lo que conseguimos es cambiar un sufrimiento a corto plazo por sufrimiento a largo plazo, pues aunque deseamos atajar el miedo la angustia sigue presente.

De esta forma, deseo y miedo irán de la mano en nosotros. Esta idea se plasma bien en una historia:

Un hombre llega a la plaza de un pueblo y ve a otro gritando y haciendo movimientos extraños, a lo que se le ocurre preguntar:

–       ¿Qué está haciendo buen hombre?

–       Espantando leones –le dijo aquel–

–       Pero… ¡si aquí no hay! –le contestó extrañado–

–       Claro, ¡¡porque los estoy espantando!!

 

Es curioso, pero nunca tocamos el miedo porque, en el fondo, pensamos que mientras intentemos evitarlo, mientras no nos enfrentemos a él, nunca aparecerá. Paradójico, pero cierto.

Observamos, por las vivencias que comentamos en los grupos, que todo empieza por una exigencia que nos planteamos a nosotros mismos: “no te pongas rojo” o “no tiembles” o “tengo que aportar algo en esta situación, di algo ocurrente”… A través de estos pensamientos, nuestras ideas se centran menos en una comunicación entre dos personas al uso, para dejar paso mayoritariamente a que tenemos que ofrecer un buen producto de nosotros mismos. Tendemos a tratarnos como personas que tenemos que entretener al otro, casi por obligación, porque si no, pensamos que la interacción será mala. Así que, con las exigencias que nos autoimponemos, se trata de lo que yo puedo vender u ofrecer de mí al otro, más de lo que yo puedo coger o me puede agradar de la otra persona y la interacción con él o ella.