El que nos acompaña hoy en la foto es Boris Karloff, la mítica criatura de Frankenstein de 1931. Frankenstein, al igual que otras míticas criaturas de pesadilla nacieron después de una cena en la que Mary Shelley y su esposo Percy, teniendo como anfitrión a Lord Byron, decidieron a modo de reto, escribir una historia de terror. La Villa Diodati, donde tuvo lugar la famosa reunión, era considerada por Mary Shelley como un lugar culturalmente sagrado, en donde habían estado escritores como John Milton, Rousseau y Voltaire. La noche del 16 o el 17 se pusieron a leer un libro perteneciente a Polidori llamado Phantasmagoriana, que contenía leyendas alemanas de fantasmas, y se pusieron todos de acuerdo para escribir cada cual una historia de terror; pero los únicos que terminaron el desafío fueron Mary Shelley, que ideó el argumento para su obra Frankenstein. Polidori, o Byron, aun se tiene confusión, escribieron la primera novela donde aparece un vampiro.

Mary Shelley era el monstruo de su novela.

Su padre, al morir su madre, una de las intelectuales mas famosas de la época, amen de figurar como una de las primeras feministas conocidas, decidió proporcionar a sus hijas la mejor de las educaciones posibles para que pudiesen gozar de la libertad que da el conocimiento. Pero su educación libertaria choco abruptamente con la decepción por saber que su hija, estaba embarazada de Percy Shelley, condenándola prácticamente al ostracismo. Su padre no pudo aceptar decisión que tomo su hija a pesar de los principios liberales en las que había sido educada, como Víctor Frankenstein no pudo aceptar a la criatura que había creado.

En la fobia social se produce un fenómeno parecido al de la novela de Shelley, pues el ideal de perfección es un monstruo sin vida que no puede encontrar una identidad, porque ha ocultado quien es. A menudo surge en la consulta el deseo de ser normal, considerando que es un deseo ingenuo y poco ambicioso cuando en realidad es todo lo contrario, quiero coger todos los cachos de normalidad de los que están a mi alrededor y hacerme una criatura normalmente perfecta. Quiero tener el desparpajo de Luisa, y la capacidad de aceptar las cosas de Luis, la labia de Guillermo, y el caracter de María, quiero poseer lo que los otros tienen, pero solo la parte de ellos que me fascina o resulta brillante, y ante la cual me siento ensombrecido.

En la obra de teatro de Roger Rueff «el pez gordo» se mantiene un dialogo fascinante entre dos comerciales, que puede ilustrar aquello que quiero decir:

Bob (cariacontecido y a punto de llorar): Bueno, perdona pero no estoy de acuerdo contigo.

Phil: Esta tarde hemos estado hablando de personalidad. Me preguntabas por la personalidad. Que si era algo que se notaba en la cara. Pero la cuestión es algo mucho más profundo. Me has preguntado. Querías saber si creías que tenías personalidad. Pues ahora voy a darte mi sincera opinión: no la tienes. Por la sencilla razón de que no te arrepientes de nada.

Bob: ¿Estás diciendo que no tendré personalidad hasta que haga algo que lamente?

Phil: No Bob. Ya has hecho muchas cosas de las que podrías arrepentirte. Pero todavía no lo sabes. Cuando empieces a descubrirlas, cuando te des cuenta de los errores que has cometido… Y así poderlos rectificar a pesar de que no puedes porque ya es tarde. No te quedará más remedio que llevarlos contigo. Como evidencia de que la vida pasa, de que el mundo girará sin ti, de que en realidad no eres nadie. Entonces surgirá tu responsabilidad. Porque la honestidad saldrá desde lo más profundo de ti y quedará como una marca indeleble en tu cara. Hasta ese día, sin embargo, no se puede esperar ir más allá de cierto punto.

Bob (musitando): ¿Puedo irme ya?Phil: Vete.

Bob: Gracias.

Phil: Buenas noches.

 

Tratamiento de la fobia social